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¿Es tan difícil tomar decisiones?

En el mundo de la empresa uno de los temas que repetidamente genera polémica es el que tiene que ver con la toma de decisiones. ¿Qué tiene la actividad empresarial de peculiar que una práctica tan habitual en la vida privada de las personas adquiere una relevancia tan destacada? Los sujetos estamos totalmente familiarizados con la necesidad de tomar decisiones. Toda nuestra existencia es una sucesión de decisiones: estudiar o no; casarse; comprar una casa o alquilarla; elegir el lugar de vacaciones, etc. Por lo tanto, llama la atención que un comportamiento tan "vulgar" se transforme en el ámbito de la empresa en una cualidad deseada y, en muchas ocasiones, olvidada. Aún más, en el marco de la empresa estamos obligados no sólo a tomar decisiones; además, es preciso que en un porcentaje considerable esas decisiones sean correctas.

Toma de decisiones y empresa

El empresario-propietario o los directivos de la empresa asumen una responsabilidad irrenunciable: tomar decisiones. Como manifestamos con anterioridad, esta actividad es parte de nuestra naturaleza y, sin embargo, la complejidad del trabajo y del entorno empresarial atribuyen a esta práctica un incuestionado valor. Cualesquiera de las funciones que ejerce usualmente un ejecutivo o un empleado conlleva adoptar decisiones, de mayor o menor transcendencia, pero imprescindibles para la supervivencia y desarrollo de la organización.

A las funciones típicas que debe desempeñar un directivo (planificar, presupuestar, motivar, organizar) se une el hecho de que la empresa es una estructura viva, en la que se relacionan diversos individuos y áreas, con intereses particulares que se superponen a los de la propia empresa. Todas las áreas operativas y funcionales de la empresa se interrelacionan estrechamente, hasta el punto de que cada una depende de la otra y, en consecuencia, incide en el conjunto global. Por lo tanto, a diferencia del ejercicio de la toma de decisiones en el contexto particular o personal, en el ámbito de la empresa las personas están profundamente condicionadas por la cultura y los procedimientos de la organización. El directivo debe tener presente las presiones que ejerce la propia organización; las consecuencias que su decisión implica en otras personas de la empresa y la responsabilidad que asume cada vez que decide, es decir, cada vez que elige entre dos o más alternativas.

Es indudable también que el nivel jerárquico que se ocupa en la estructura condiciona el margen de decisión disponible. En términos generales, a mayor jerarquía mayor es el grado de libertad que existe para tomar decisiones, así como el número o extensión de materias sobre las que se puede decidir. Las decisiones de los grandes directivos marcan la evolución de la empresa y de ahí su grado de responsabilidad.

Puesto que la empresa es una estructura, es evidente que un directivo, aunque decida por sí mismo, debe apoyarse en otras personas para implementar sus decisiones. En otras palabras, un directivo depende de la colaboración y soporte de la organización. Este compromiso del directivo con toda la empresa genera situaciones en las cuales es difícil y arriesgado decidir. Sin embargo, la responsabilidad de decidir es consustancial a cada puesto de trabajo en la empresa, con independencia de la posición jerárquica. Para tomar una decisión se puede delegar autoridad, pero en ningún caso las responsabilidades que se derivan de dicha decisión.

En muchas ocasiones se aprecia una tendencia a abordar el proceso de la toma de decisiones de forma rutinaria y sin método racional alguno. Si bien es cierto que ante un elevado porcentaje de situaciones similares las decisiones suelen repetirse, la complejidad del entorno empresarial conduce a vivir experiencias ante las cuales acudir al pasado y a la costumbre es imposible, y resulta imprescindible definir un método de análisis y toma de decisiones que permita afrontar los retos del futuro.

Es necesario crear estructuras organizativas y desarrollar estilos de dirección sustentados en la delegación, alejados de la tendencia tan frecuente en el contexto empresarial español, sobre todo en las empresas de tamaño medio y pequeño y de carácter familiar, de concentrar todo el poder en el director y, frecuentemente, propietario de la empresa. Hay que exigir a los empleados que tomen decisiones, estableciendo mecanismos que incentiven y premien estas iniciativas. La empresa está obligada a promover y gratificar a los empleados que muestran su capacidad y destreza en la toma de decisiones, demostrando su implicación en el proyecto de la empresa. Sería deseable que sobre los empleados sumisos y conformistas prevalecieran los empleados comprometidos, que buscan soluciones en vez de esperar la receta de los superiores jerárquicos.

Toma de decisiones y personalidad del decisor: estilos de dirección

Tomar decisiones es una actividad profundamente personal. Podemos recurrir a instrumentos impersonales como, por ejemplo, modelos matemáticos, o recabar la opinión y el apoyo de otras personas. En última instancia, la responsabilidad recaería en un sujeto, quien valorará o interpretará bajo su óptica el conjunto de elementos de decisión a su alcance. Es un ser humano quien, en definitiva, toma la decisión final de implementar o no una solución recomendada por un modelo o programa informático.

Ante la disyuntiva de tomar una decisión, las personas responsables pueden adoptar diversas actitudes. La primera y más elemental es rehuir la decisión, posponiendo la toma de decisión o recurriendo a otras personas para que sean ellas las que decidan. Otra actitud es la de afianzarse al pasado, con lo cual se decide de acuerdo a las experiencias previas que ha ido viviendo la empresa. Existen otras personas que confían únicamente en la intuición, habilidad que si bien es válida nunca debe asumir un protagonismo exclusivo y, sobre todo, en detrimento de análisis más objetivos y demostrables. Otros sujetos recurren a procesos mentales e informales en los que se evalúa la situación y las diversas alternativas, seleccionando la opción más apropiada. En este caso, las decisiones tienden a fundamentarse en aspectos emocionales y en la intuición. Por último, sería deseable que el proceso de toma de decisiones fuera lo más lógico y formal, con el fin de adoptar la decisión que objetivamente tenga las mayores probabilidades de éxito.

De todos estos comportamientos el más perjudicial para la empresa y para el sujeto que lo practica es el de rehuir las decisiones. Si reflexionamos al respecto podremos descubrir que esta actitud no es tan ocasional como pudiera imaginarse en un principio. En el fondo de esta actitud subyace el miedo y la propia incertidumbre que genera esta situación en las personas. Por este motivo, es responsabilidad de todo superior jerárquico procurar a sus subordinados el apoyo psicológico necesario para incentivarlos a tomar decisiones en aquellos asuntos que sean de su incumbencia. De lo contrario, es muy posible que apreciemos algunos de los trucos que se enumeran a continuación:

- Alegar que no es el momento adecuado para tomar una decisión.

- Desviar la atención sobre otros problemas, normalmente de mayor entidad, que conducen a un punto muerto.

- Esgrimir que se está trabajando en otros proyectos de mayor envergadura y que requieren una atención prioritaria.

- Organizar viajes, reuniones u otras actividades que hacen físicamente inviable sentarse a evaluar el problema.

- Delegar la decisión en otra persona a la cual, en el momento de decidir, se cuestionará, por ejemplo, no haberle facilitado toda la información pertinente.

- Recurrir a la costumbre y aplicar los procedimientos tradicionales que transforman la toma de decisiones en situaciones de libro.

- Constituir una comisión, comité de trabajo o grupo que normalmente

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